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Ángeles del desierto

Siempre un ciclo viajero en medio de su jornada va pensando miles de cosas, entre ellas que aparezca un ángel que le de plata, comida. Igualmenete uno sueña que ese ángel lo traslade del lugar inhóspito en el que esta uno en ese instantea un cálido hotel a la orilla del mar. 

También cruza por la mente la posibilidad de estar equivocados y lo mejor debería ser el regresar a casa y dejar de sufrir. 

El recorrido continua un poco más y al final del día muchas cosas cambian, y nos damos cuenta que realmente no queremos regresar aun, que hay mucho por conocer y aprender. Bajo la lluvia o bajo el sol, con hambre o con sed, al final todo se resuelve, y queremos seguir con esa idea loca de conocer lo que hay más allá de lo que nuestra miopía nos deja ver, o lo que la tv ficticia nos deja pensar, así que avanzamos en busca de más aventuras.

Hoy nos levantamos en un día más de locuras, amanecimos en Casma, municipalidad del norte del Perú, ya estamos como a 370 kilómetros para llegar a la ciudad de Lima. Hoy es el día 11 desde que Braulio, el compa bici aventurero procedente de México, el joven Stewart procedente de Medellín, y yo un loco más del pedal y procedente de Colombia nos encontramos y juntos iniciamos un nuevo camino, con otros ánimos y esperanzas de que la situación en nuestro diario pedaleo sea más agradable, más llevadero.

Que si aguantamos hambre o sufrimos de sed o de frío tengamos como soportarlo, al menos una mejor compañía. Ellos venían de cruzar las montañas, altas “la sierra” como le llaman en el sur. Por esa ruta les fue un poco regular, llevaban más de 6 días bajo la lluvia, el guaico(Derrumbes) los bomberos tuvieron que sacarlos en una máquina excavadora para evitar seguir atrapados en medio de los derrumbes y con un poco de hambre según lo relataron al llegar tapados de barro hasta los ojos. Nos encontramos días atrás en la municipalidad de CAJAMARCA, y decidimos bajar en busca del desierto y el calor alejándonos de la lluvia y el frío inclemente por estos días. 

Ya en el desierto hoy me toca buscar agua para el camino, hemos avanzado unos 25 kilómetros y mis dos compas empiezan a acosar por que yo no quise que buscáramos agua en la municipalidad de Casma, por miedo a una diarrea, es que el agua de la tubería estaba bastante sucia, color oscuro.

Cuando iniciamos el día les prometí que les daría más que agua y un buen lugar donde descansar, no sabía nada de lo que nos esperaba, solo quería darles ánimo. 

 

A lo lejos observamos una edificación en medio de la gran planicie de arena que se divisaba, les dije allí esta nuestra reserva de comida y otros manjares. 

 

Avanzamos como casi siempre lentamente, al llegar allí a pesar de ser apenas las 10:00 de la mañana, ya estábamos cansados, con sudor en nuestra frente y los tarros del agua secos completamente.

 

 El lugar esta como a unos 6 metros de la vía pavimentada, un letrero dice “RESTAURANTE LA BALSA”, Tiene un par de puertas grandes de vidrio, mientras arrimo veo el ventanal lleno de muchas calcomanías y letreros de ciclistas, motociclistas y viajeros en general. Ahora llamo a los compañeros les digo que vean todo lo que hay, nos ponemos a ver y leer este ejercicio nos roba una sonrisa, y cuando estamos mirando esa gran cantidad de información se abre la puerta y sale una señora de unos 60 años de edad y dice bienvenidos, sigan, sigan, tomen agüita y descansen.

De inmediato entramos, hay un salón lleno de mesas, en unas hay gente desayunando, refrescándose, sin pensarlo demasiado procedo a sentarme en la primera mesa que veo, la señora que nos hizo seguir dice; - “No, no se siente ahí, vengan entren por acá”.  

Por mi cabeza pasan los recuerdos de otros lugares donde no quieren que nos quedemos en la puerta por que tal vez hacemos estorbo, somos muy feos, o por tantos días de pedaleo en el desierto nuestro olor es a europeo, creo que si debemos ir al patio donde se atiende a los vagabundos.  Es entonces que me levanto y digo perdón, no quise incomodarlos. La señora y el joven que van vestidos de chef, sonríen y abren otra puerta grande, al fondo de la sala del restaurante, procedemos a pasar y vaya sorpresa que nos llevamos; Encontramos un inmenso salón lleno de fotografías, cuadros, afiches recortes de periódicos con la imagen muchos ciclos viajeros.

Hay una enorme mesa colonial de madera, el salón conecta al otro lado de la vivienda, a un patio fresco lleno de luz y sombra, con un agradable olor a inciensos.

 En ese mismo instante sale un señor de unos 70 y tantos años con un bastón de apoyo al caminar, es don Clemente Luyo, propietario del lugar. Con una gran sonrisa y una increíble energía se acerca lentamente y nos saluda, uno delos empleados del restaurante dice: - “ÉL es el ángel del desierto”. Junto esta toda la gente que labora en el lugar como unas 7 personas, entre cocineros, meseros y la familia. En pocos minutos pasamos de estar casi a la deriva en el desierto peruano a estar en un palacio real atendidos por un clan de ángeles.

Mientras nos presentamos, queríamos saber que era todo ese lugar, y ellos querían saber quiénes éramos nosotros, miramos los diarios de visitantes que desde hace más de 40 años tienen en este lugar. Había monedas, billetes, fotografías, postales, y hasta prendas de vestir pegados a los cuadernos o libros existentes, por viajeros procedentes de varias partes del mundo.

Fue así que pudimos encontrar a otros personajes que conocíamos o habíamos visto en alguna ruta, por andar en este arte de pedalear por el mundo, cruzando caminos, palabras, contactos o comida con algunos de ellos en algún momento. 

Por ese motivo miré fotografías de Andrés Jaramillo, personaje que paso hace algún tiempo atrás por mi casa en Piendamó, y escuchamos la historia de cómo llego allí y que pensaban del joven loco aquel, que será otro cuento para narrar. En su mayoría, las historias eran muy positivas, pero, también una que otra historia mala, de personajes mal intencionados, que han robado, causado daños o con una mala energía a tal punto que no duraron mucho tiempo en este paraíso.


Don Clemente Luyo, es el ángel del desierto, tiene el restaurante la balsa, en el sector de La Gramita, perteneciente a la municipalidad de Casma. 

El lugar es un paraíso y él es el ángel del desierto para los ciclistas, a todos los ciclo-viajeros que pasen por aquí les da limonada, alimentos, un lugar cómodo donde descansar, además de múltiples historias de quienes han pasado por aquí y que un buen recuerdo ha dejado. Braulio y Stewart, son Veganos, y no hubo problema en que les prepararan un buen desayuno y una “limonada vegana”, desde las 10:00 que llegamos sentados en la gran mesa, comiendo y refrescándolos, hasta la 1:00 de la tarde, que incluye un gran almuerzo con derecho a repetir, posteriormente nos  enseñaron el lugar que podemos descansar, mientras ellos van a atender a la gente que llega a almorzar, cuenta Miguel Ángel que casi siempre, es lleno total por lo que requieren dela presencia de todos, incluyendo la atención de don Clemente quien es pieza clave para los visitantes de ese momento, pues la gente va almorzar y a tener una buena charla sobre temas varios con él.

 Entonces, sin dudarlo pasamos a la habitación a descansar casi toda la tarde y a gozarnos ese raro, sorpresivo, pero, agradable momento.

Aquí no termina la historia, aún hay más sorpresas. Son como las 4:30pm aproximadamente, cuando descansamos plácidamente nos llama la hija de don clemente, nos dice que nos levantemos a tomar más limonada, para que nos vamos hacia la playa, mientras ellos terminan sus labores y que ya nos alcanzan, recibimos la indicación de cómo llegar y donde ubicarnos, al pie de una fila piedras pintadas de blanco, frente a unas casas nuevas. 

Salimos caminando con el ánimo de relajarnos más y descansar un poco  de las bicis por esa tarde, al iniciar el camino que nos llevara hasta la playa, nos alcanza un vehiculó viejo como un Renault 12, lleno de pimpinas de gasolina, nos preguntan que, si vamos a la playa, que, si somos invitados de don Clemente, al decir que si, de inmediato nos llevan en medio de la carga de gasolina con destino a la playa, menos mal porque aun hacia un sol fuerte y eran como casi tres kilómetros de carretera al mar. 

Llegamos nos acomodamos, disfrutamos dela brisa marítima, y como dice el dicho popular en mi tierra; “Más felices que marrano estrenando laso nuevo”. A eso delas 6:30 de la tarde-noche ya, llega toda la familia en carro, con canasta y mantel de camping, algo de pasa bocas y cervecita, y todos juntos al mar por otro buen rato. Isabel, la hija de don clemente, estaba construyendo su casa muy cerca de ahí, fuimos a verle, allá más historias, un par de cervezas y a eso de las 10:00 de la noche en su camioneta vamos todos hasta la casa hotel, y a descansar para, en el nuevo día seguir nuestro pedaleo.  Antes de ello preguntamos a don Clemente porque era el ángel del desierto y por qué daba tan buena ayuda a los ciclistas.

Hace más de 40 años don Clemente era un joven loquillo aficionado a las bicis, tenía cerca de 24 años, según calculaba, un domingo salió como un bólido en su bicicleta novato, al pasar por el kilómetro 347, al sur de Casma, en la vía a Barranca. 

En este lugar lleno de unas piedras gruesas en medio de la arenilla que llega con el viento a la vía panamericana, se tropieza y cae golpeándose varios partes de la cabeza incluida la cara. Pierde el conocimiento por unos instantes cuando despierta hay alguien curándole las heridas y saturándole una herida en la ceja.

 Le piden que cierre sus ojos mientras le curan. En el ambiente huele a rosas y alcohol, tiene una sombrilla que le cubre del sol, tiene una gasa que le cubre algunas raspaduras de sus codos y brazos, le dan de beber agua en una botella. 

Después de un rato le dicen que descanse un poco más se levante y se vaya con mucho cuidado para su casa. Cuando siente que se va a ir quien le curo, levanta la cabeza de donde esta y abre sus ojos para ver y agradecer la ayuda y no ve a nadie, solo se ve el reflejo causado por el efecto de la luz fuerte del sol sobre el asfalto, y hacia los lados solo se ven montones de arena que brillan. No hay forma de que alguien corra tan rápido, además de que no hubo ruido de motor alguno para decir que iban en un súper auto veloz. 

En conclusión, según cuenta don Clemente, fue un ángel que llego lo salvo y dejo ahí en plenitud de condiciones para que hiciera algo por la vida, y eso es lo que desde ese día hizo. Regreso y con la ayuda de su familia empezó a construir el lugar que hoy día funciona ahí, como restaurante, que realmente es la excusa para estar ahí ayudando a los viajeros en bici especialmente, pero, que igual ayuda a todo aquel que lo necesite y pase por ahí.

Braulio, Stewart y Alcibíades, fuimos testigos de el gran corazón del ángel del desierto y de toda su familia. 

Al siguiente día cuando nos levantamos a continuar nuestro camino, nos invitaron de nuevo a suculento desayuno y en cada bicicleta nos colocaron una bolsa llena de frutas, chocolatinas, maní y otras pasa bocas, además que los tarros del agua para el camino la habían colocado a congelar para que lleváramos nuestra provisión bien fría para el camino, y como  si fuera poco también nos acomodaron algo de comida preparada para la vía, sí que están cumpliendo con su misión encomendado de servir a los demás. 










Un ángel en el desierto, no una manada de ángeles en el desierto.

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