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La casita del árbol en Abancay

La casita del árbol de Octa.



Cuando niños, hay quienes con la ayuda de sus padres, o de sus hermanos mayores juegan a la casita del árbol y son muy felices, luego crecen y eso solo queda en una historia que se cuenta a los demás. Por falta de tiempo y de otras cosas modernas, no le ayudamos a construir esa casita  a los hijos y nuevas generaciones, culpables; las redes sociales por que no colaboran para nada. Los tiempos cambian.








Sueños que desde siempre construimos.


En cambio Octa, (Como le dicen y conocen a Octavio), desde niño creó su propia casa del árbol y hoy en día, su proyecto de vida se desarrolla en esa casita de sueños, que a su vez, es la casa de paso de muchísimos viajeros que a diario transitan en busca de Cusco, Machupichu y otras valiosos sitios turísticos, del Perú. Este lugar está ubicado en Abancay, sobre la vía interoceánica, que de Nasca va hacia Brasil, conectando el océano Pacifico con el océano atlántico, sitio obligado para encontrarse con este sueño que ya es de muchos.







Así de sufrida es a veces mi vida biciandando

Me preguntan en las redes sociales como hago para comer, bañarme y dormir en mi viaje. Casi siempre me da risa, creo que la gente imagina que uno pasa las 24 horas del día montado en la bicicleta y que nunca se puede detener a miar aunque sea. Hay cosas que  la gente no sabe de viajar, o se imaginan lo peor  cuando escuchan comentarios malos de otras situaciones, creando falsos mitos en sus cabezas y por ello jamás salen a caminar un poco, pues le temen  hasta su propia sombra. Bueno, voy a tratar de despejar un poco parte de esas dudas, o a crear otro mito, por eso les hablaré del Octa y la casita del árbol.





No es una casita en un árbol, es un hogar.


Si, una casita de árbol, para niños, adultos, para viajeros varados o viajeros que buscan algo diferente, sin llegar a parecer  un turista normal, o simplemente buscan volver a ser niños sin que la maldita sociedad de consumo y el qué dirán los condicionen y les digan a donde deben ir, donde dormir y cuáles son los amigos con los que debes compartir sus viajes, su comida, o un pedacito de su cama. 

Una casa en un árbol, un lugar donde hacen pausa un rato los  viajeros, un lugar donde se construyen y realizan sueños, solo que no funciona como los demás lugares, es un  mundo aparte, un lugar lleno de magia.













Camerinos del estadio en Challhuanca


Estando en la municipalidad (ciudad) de Challhuanca, y al llegar a despedirme de la gente, que muy amablemente me prestaron los camerinos(baños) del estadio municipal, para pasar la noche anterior, una de las bellas funcionarías que allí se encontraba me dijo: “… y usted va hasta Abancay y se va a quedar en la casita del árbol. ¿Imagino?”, dije; -No, no la conozco.

De inmediato sacó un papel en blanco y me hizo un mapa de cómo llegar, diciendo que personas como yo deberíamos arrimar allí, porque si no,  no éramos verdaderos viajeros. Con ese argumento dije voy para allá.







kilómetros por recorrer siempre.
Me monte en la bici, pedalié como unos 2 kilómetros y debido a un golpe sufrido el día anterior, no pude seguir, mi rodilla izquierda estaba adolorida, llevaba más de 5 días continuos, como unos 400 kilómetros sin detenerme; Así, que dije es hora de cambiar de estrategia. Fue así como regrese al pueblo, y aborde un colectivo (bus publico) que me llevara los próximos 118 kilómetros de camino hasta Abancay.


En Abancay busque un sitio para ver la Internet y vi que el contacto de warmshowers (web para viajeros en bicicleta) que tenía, era el mismo que me recomendaban  118 kilómetros atrás, con mayor razón, salí en busca de la casita del árbol.  Pregunte como en dos ocasiones antes de llegar, aunque en el mapa que traía estaba precisa su ubicación, y con el había podido llegar sin preguntar.  En la esquina de la avenida 4 de noviembre, vi un letrero con maderos viejos que anunciaba la dirección del lugar, y alguien en la esquina grito, “Si, ya llego allá abajo es la casa de los locos”, voy  por buen camino dije, mientras seguí mi ruta.




Mundo Mágico, solo estando aquí se puede apreciar.

Unos plásticos blancos, unas telas de colores sobre lo alto de unos paltas (en Colombia es un árbol de aguacate), y debajo de ellos una mesa larga con un abrigo rojo y sentados en su alrededor varios personajes, fue lo primero que vi. El Saludo normal, y sin preguntar mucho, varias sonrisas, y unas palabras que me dijeron siga, bienvenido. Por si las moscas pregunte ¿Es la casita del árbol de Octavio...? Rieron y dijeron casi en coro; -“Si,  siga”.

Trate de entrar. Pero debía a travesar un puente, ubicado  sobre el pequeño riachuelo, que coloca el límite entre la casa de los sueños y la realidad normal de la gente del común, me señalaron más abajo otro puente, pues mi cara anuncio que ese puente no podía resistir con el peso de mi bici y sus 60 kilos de carga, correspondientes a mi casa de dos ruedas que llevo con migo.







Un lujo que pocos podemos darnos

Cuando entraba observe muy despacio todo alrededor y la magia empezó a ser efecto de inmediato. Fue un descanso, un poder respirar tranquilamente y sentir que en ese  espacio había un no sé que, de seguridad, paz, hermandad, aun estaba llegando. 

En si, la casa del árbol se convierte en un claro ejemplo de como lo simple y sencillo, puede ser igual o mejor que los grandes lujos, es solo cuestión de adaptar la vida, nuestras necesidades a esas pequeñas cosas, que aquí se convierten en grandes alcances, y no en basuras que contaminan al mundo.







La vida no es desechable.
Tablas, telas, cuerdas, llantas, pedazos de metal o plásticos, plantas y cien cosas más adornaban y conformaban la casita del árbol. Y aquí estaba yo, en dicho lugar, que es la gran casa de todos los viajeros de a pie, en bici, en bus o en burro, todos con sueños e ilusiones en busca de poder construir un mundo mejor y posible a todos.

Todo vuelve a tener vida útil en la casita del árbol.Aquí se descansa, es un gran apoyo para los viajeros mochileros, bici andantes, nómadas pero además se aprende a querer y cuidar un poco más la naturaleza, aquí se inicia otro mundo más posible y digno para todos, que incluye a la naturaleza.






Doña Justina, madre del Octa.

Octa,  llega en el momento de mi desembarque y me indica los lugres de la casa, me da a escoger donde prefiero acomodarme. Posteriormente me presenta a su madre,  una mujer fuerte, ruda, formada con trabajo, sin temores de vivir a plenitud su vida, con mucha energía y empuje, quien me recordó a doña Sixta Tulia Bernal, mi madre.

 La mamá de Octa  es doña Justina, ella al otro lado de la casa tiene una tienda, donde provee a los visitantes de mecato, comida, cerveza y variedades de supervivencia, además ella prepara deliciosas comidas para la venta a los visitantes como el camote asado, papa asada, choclo con queso, papa dorada con pollo al horno, lechón, cuy asado y tallarin con huevo. La mama dice que si los visitantes le compran, ella no tiene necesidad de salir a vender sus productos al mercado, así que a ella le da mucho gusto que la gente llegue a quedarse en la casita del árbol, aunque también dice que le cuesta aceptar tanta locura y que la gente le diga que por que no son capaces de vivir normalmente y no colgados de los árboles.






Vecinos y visitantes debajo del palo de Palta.
Le pregunto a Octa por su casa del árbol de inmediato dice; “Este es un lugar que desde niño empecé a construir, desde los 5 años más o menos, fue como un juego, cuando construimos con los amigos, una pequeña casita en un árbol y al final quien iba a pensar que se iba a convertir en algo muy serio, con el paso de los años”. 

Octa, sonríe, cuando se le pregunta acerca de donde salió la idea de construir una casa en un árbol.
-          Es algo serio, desde el punto de vista que va ayudar a la gente que viaja.


Continua Octa, hablando de  este lugar;  – La gente que realmente necesita en  el viajen, y encuentra un lugar como si fuera su casa.  Puede llegar cuando quiere. Y me gusta aprender de ellos, es bonito y me gusta mucho.


Octavio Quintanilla Villavicencio

Octavio Quintanilla Villavicencio, un joven soñador, de 20 y tanto años, loco inteligente, un genio como le llaman algunos vecinos o sus visitantes, vive en Abancay y es aficionado a los viajes, a las bicicletas y a los deportes extremos que tengan que ver con la naturaleza, con la vida. Es un líder natural que anda luchando por recuperar las zonas verdes y evitar que los politiqueros las vendan, o los vecinos las conviertan en basureros públicos.

Bueno pero, quien es Octavio, me pregunto yo, mejor le pregunto a Antoine Miche, quien viene desde Francia y hace parte del gran número de viajeros que hace una pausa en su viaje, aquí: - Octa es un niño grande, o una persona grande que tiene un alma enorme como un niño y disfruta ser así, diferente y en su forma de ver la vida ayudar al mundo.

También dicen que es un loco, un vagabundo, dicen que ama a los niños pero, que no le gusta los compromisos serios y siempre anda solo.






La mesa debajo del árbol, lugar de encuentro e intercambio.


Mientras nos presentamos y hacemos intercambio de información de nuestras andanzas por el mundo, nos damos cuenta de la gran variedad de lugares que procedemos, la gran cantidad de culturas, y/o vicios de vida que tenemos; Bélgica, Italia, Francia, Argentina, España, Alemania, Colombia, Chile, Perú. Luego llegaron de País Vasco, Brasil, Venezuela, Austria.

Muchos lugares de origen, un solo punto de encuentro, una sola familia, extraña, raras diferente a las demás pero, familia y como en todas hay de todo tipo de personas, que desarrollan diferentes actividades para sobrevivir; hay teatreros, mar avalistas, traga-fuegos, vendedores de postales, adhesivos, artesanos, fotógrafos, comunicadores, pintores, agricultores, ingenieros, desempleados y más mucho más...








Así se ven los lugares de descanso.

En la casita del árbol, en la parte de arriba se duerme en colchones y hamacas dispuestas adecuadamente entre ramas y tablas de rehusó, acomodadas sabiamente  por el Octa.

En total hay espacio para unas 15 personas y todas muy cómodamente cubiertas, en rusticas y acogedoras hamacas, camas, bancas y mesas; Hay una casi improvisada cocina, que si llueve no se puede cocinar por que le cae agua,  wi fi, porque por mas casita de árbol que sea se requiere estar conectado  a las redes, al mundo a la familia contándole que estamos vivos aún, a los amigos y enemigos que estamos bien y que todavía no queremos regresar a la monotonía de nuestra vida  normal.




Trabajo comunitario en casa del árbol.


Puede ser un día, dos  o una semana que la gente quiera quedarse y se quede aquí pero, es solo un momento, una pausa para todo lo que cada quien vive en su caminar por este mundo.

Juegos para niños, huerta comunitaria, donde se cultive hortalizas,vegetales, legumbres, frutos, que ayuden a mejorar la sana alimentación de los niños de la comunidad en general del barrio y por que no de la ciudad entera, es parte del trabajo y los sueños del Octa y que nosotros llegamos a darle un pequeño impulso en su labor.







Puente roto

En este instante de vida compartida se realizan varias tareas conjuntas  como; Cocinar, lavar platos, recoger  y separar basuras orgánicas y reciclables. Dialogar mientras se fuma cualquier clase de puro, o se bebe cerveza, caña, chicha, claro hay buen tiempo para dialogar, mientras se realizan otras actividades de sostenimiento del hogar, tales como reparar los puentes  de entrada, instalación de nuevas puertas en la parte de atrás donde se guardan las maletas y  duermen unos pocos, limpiar baños, hacer el montaje de un parque para los niños a unos metros de la casa en la zona verde, antes abandonada y llena de basuras, ahí mismo construir una zona para iniciar el proceso de poseer un huerto comunitario y un comedor para los vecinos,  templar telas y plásticos para evitar que la lluvia entre al hogar en lo alto del árbol, actividades que hacen parte de los sueños del Octa.










Lujos que solo quien llegue aquí entenderá.

He pasado un buen tiempo aquí, descansando de mis días duros de pedal. Con jornadas de mucho frió, hasta -5 grados centigrados, registrados en la reserva natural Pampa Galeras, o de mucho calor con 45 grados centigrados. Ya casi son tres meses desde que salí de la casa en Colombia. Esto incluye una fuerte caída, que golpeo mi rodilla izquierda, por andar tomándole fotos a las vicuñas en el frió de un atardecer. En mi estadía aquí  la mayoría de tiempo ha sido en mucho silencio, observando, escuchando analizando la vida misma,  porque el camino eterno, la soledad, la distancia, y las necesidades de su-pervivir en este mundo mágico me han llevado a aprender a permanecer  más tiempo escuchando que hablando, bueno estoy en esa tarea aún, aprendiendo y desaprendiendo cosas para vivir 
mejor.





Trabajando ando...

Es curioso ver el comportamiento de la gente,  aprender a compartir y a coexistir con personas totalmente extrañas a la cultura de uno o a los vicios de vida que uno adquiere desde que nace hasta que muere. Escuchar otras músicas, otras historias de vida, otras voces; Comer nuevos majares, probar nuevos aromas  y saber que las comodidades a las cuales cada uno, seguramente está acostumbrado en  su lugar de origen, se dejan a un lado, porque para nada hacen falta en este lugar, donde  hasta el tiempo parece detenerse.








Ayuda al trabajo social con el barrio.
La casita del árbol es una escuela, y no cualquiera recinto educativo, es un lugar realmente fuera de serie, donde se aprende de los demás; Se aprende solidaridad, hermandad, se aprende amistad, se inician nuevos caminos encumbrados  con nuevos valores, y nuestras vidas empiezan a tener una nueva razón de ser.

Que hacen aquí los visitantes, lo dice María, quien viene desde Italia; - “Bueno, Aquí  mientras estamos ayudando en un proyecto a Octa, que es un trabajo en un área, donde hay juegos para niños, se trabaja en la elaboración de mesas para poder compartir en conjunto, se trabaja en plantar un huerto y así cada uno de los que por aquí pasan podrán ir ayudando,  a todo el barrio”.





A cada momento llegan nuevos visitantes.
Es esta la universidad más rara que alguien pueda imaginar. Nadie te va a calificar, nadie te va a cuestionar nada de tu vida pero, todos esta atentos a hacerte sentir bien, saber de ti y aprender. Todos quieren conocer, enseñar, ayudar y respetar cada personaje que aquí convive.

Bajo lluvia o sol, la casita del árbol, es el lugar indicado para pasar un día de nuestro camino a otras rutas, y tener la posibilidad de conocer que otro tipo de personas viajan, y por que razón lo hacen. Necesariamente no todos coinciden en sus propósitos o sus rutas, pero en este punto de encuentro si coinciden un rato muchos sueños e ilusiones que se mezclan con los del Octa, que sueña con ver a su gente, feliz sin necesidades y aprendiendo a convivir en grupo en comunidad, solidariamente.





Matias de Argentina y Fran de Brasil Se van felices....
Nadie se fija en tu ropa, ni menos si te  bañaste o si te peinaste. Aquí todos son tan diferentes y a la vez tan parecidos que por momentos olvidamos  que hablamos diferentes lenguas, que poseemos diferente color de piel. Se nos olvida de dónde venimos, para donde vamos y los planes que teníamos los cambiamos, porque queremos detenernos un poco más de tiempo aquí en este espacio. Queremos repensar nuestro próximo camino y paso a seguir y  decidimos disfrutar de la serenidad de estar bajo un árbol o  arriba, colgados en sus ramas disfrutando del sonido natural  que produce el riachuelo,  que se confunde por ratos con la lluvia que cae del cielo con la frescura de la montaña andina y estar en la lejanía de los ruidos de la  ciudad a pesar de que  estamos en medio de ella.



La casa en el aíre.

Una mirada desde afuera a la casita del árbol, que no solo es un lugar de paso para viajeros locos, si no un lugar de  construcción de sueños, de lucha social, que puede llegar a representar una opción de vida, no  solo para Octavio, su gestor, si no para toda una comunidad, que claramente, puede verse beneficiada.

Si además de recibir a la gente, pudiera ayudar a la sana alimentación de los niños y adultos del barrio, estaría logrando un gran sueño, manifiesta Octavio, quien aun cree en los sueños, quien aun cree en el buen corazón de las personas y así como el da todo lo que tiene a los visitantes que van de paso por este mundo.





Sergio de Francia y Fabiano de Brasil
Espera que un día algún programa social del estado o de alguna organización social tenga el corazón y la capacidad de dar un empujón mas a lo que ya esta  caminando, ya esta funcionando y dará buenos resultados, buenos frutos que favorecerán  a todos, especialmente a niños, jóvenes y  toda la comunidad de este sector de la ciudad de Abancay.


Seguramente cada individuo que pase por aquí, al iniciar de nuevo su camino, algo debe cambiar en sus planes, en su vida misma. Una nueva ilusión debió sembrar, un nuevo sueño empezar a construir y así un nuevo ritmo danzar al caminar.

Tal vez, cuando se parte de donde hemos pasado una noche o dos, jamas  pensemos en volver, es muy natural, son demasiados los lugares y las personas con las que uno comparte y siempre hay un nuevo lugar donde ir, y nuestro camino a veces parece n tener vuelta atrás pero, en nuestra memoria, se quedan guardados  con mayor claridad unos lugares más que otros, y aveces llenos de  emociones decimos que vamos a volver, aunque en el fondo sabemos que va a quedar muy difícil en verdad  hacerlo.



Octa y los niños...

Seguiremos nuestro camino, pero, seguramente que durante mucho tiempo estaremos hablando y contándole a los amigos de que un día pasamos  por la ciudad de Abancay, en Perú. y que aquí encontramos un lugar maravilloso  en donde ademas de intercambiar momentos con otras personas, nos dimos la posibilidad de encontrarnos a nosotros mismos.

Gracias,  Octa por dejarnos entrar a este mundo mágico que desde niño empezaste a construir y del cual no has querido salir pero, que si estás dispuesto a compartir con cuanto viajero loco ande por ahí en busca de un lugar para descansar. Es un hogar maravilloso,  un espacio muy grande que nadie imagina va a encontrar aquí en la casita del árbol. 

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